La Virgen como Patrona de los Estados Unidos bajo su advocación de la Inmaculada Concepción – Catholic Philly

Publicado el 4 de diciembre de 2008

Por el Cardenal Justin Rigali

Podemos decir que nuestra Santísima Madre ha tenido una presencia especial en las Américas durante más de quinientos años. Sabemos que el buque insignia de Cristóbal Colón, la Santa María, llevaba su nombre y, como parte de sus oraciones nocturnas a bordo, la tripulación de Colón cantaba la Salve Regina en su honor cada noche. Los misioneros españoles y franceses, que acompañaron a muchos de los exploradores, introdujeron la devoción a la Virgen en los pueblos que trataban de evangelizar y varios lugares de ambas Américas siguen llevando nombres que se les dieron en su honor. América del Norte, Central y del Sur están salpicadas de ríos, pueblos y ciudades que llevan el nombre de la Virgen bajo sus diferentes advocaciones. Mi propio lugar de nacimiento, Los Ángeles, lleva el nombre de Nuestra Señora bajo el título de La Reina de Los Ángeles.

Todos conocemos a la primera de las Madonnas nativas de América: Nuestra Señora de Guadalupe. Ella se le apareció al nativo cristiano Juan Diego en 1591, dejando en su tilma, o manto, su imagen que es tan querida por el pueblo mexicano, tanto en su país natal como aquí en los Estados Unidos. Cuando varias colonias españolas y francesas fueron conquistadas posteriormente por los británicos, especialmente en lo que hoy conocemos como la parte oriental de los Estados Unidos, parte de la influencia católica establecida por los primeros misioneros disminuyó pero no desapareció. Poco después del nacimiento de los Estados Unidos, la Santa Sede estableció la diócesis de Baltimore, que incluía como territorio todas las trece colonias originales. El padre John Carroll fue nombrado su primer obispo y fue consagrado el 15 de agosto de 1791, la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora.

En la primera Carta Pastoral que dirigió a su lejana diócesis el 28 de mayo de 1792, encomendó su ingente tarea a la Virgen. Escribió: «Sólo añadiré mi más ferviente petición, que al ejercicio de las virtudes más sublimes, la fe, la esperanza y la caridad, unáis una ferviente y bien regulada devoción a la Santa Madre de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo; que pongáis gran confianza en ella en todas vuestras necesidades. Habiéndola escogido como patrona especial de esta Diócesis, estáis colocados, por supuesto, bajo su poderosa protección; y es vuestro deber tener cuidado de merecer su permanencia mediante una celosa imitación de sus virtudes y una confianza en su maternal superintendencia.»

El concepto de patronazgo
Al recordar a la Virgen como Patrona de los Estados Unidos bajo su título de la Inmaculada Concepción, nos parece oportuno detenernos en el concepto de patronazgo y revisar también nuestra creencia sobre la Inmaculada Concepción.

Sabemos que el concepto de patronazgo implica una cierta intimidad entre inspaniduos. A veces se utiliza con una connotación negativa, pero no debe ser así. Debería describir una relación afectuosa e íntima en la que una persona o grupo vela por otra. Todos conocemos el concepto de santo patrón. Se trata de un intercesor celestial con el que una persona, una parroquia o un país tiene una relación especial. Es una relación de imitación por parte del individuo terrenal y de protección especial por parte del patrón celestial. Por eso la Iglesia nos anima a poner a los niños el nombre de los santos, para que tengan un protector especial en el cielo, con el que puedan cultivar una relación y recibir un ejemplo que puedan seguir en su propia vida como cristianos.

En el sexto Concilio Plenario de Baltimore, celebrado en 1846, los obispos de los Estados Unidos eligieron por unanimidad a la Santísima Virgen, bajo el título de la Inmaculada Concepción, como Patrona de los Estados Unidos de América. En la Carta Pastoral emitida por los obispos, leemos: «Aprovechamos esta ocasión para comunicaros la determinación, unánimemente adoptada por nosotros, de ponernos a nosotros mismos y a todos los confiados a nuestro cargo en todo Estados Unidos, bajo el especial patrocinio de la santa Madre de Dios, cuya Inmaculada Concepción es venerada por la piedad de los fieles en toda la Iglesia católica. Con la ayuda de sus oraciones, abrigamos la confiada esperanza de que seremos fortalecidos para cumplir con los arduos deberes de nuestro ministerio, y que ustedes serán capaces de practicar las sublimes virtudes, de las cuales su vida presenta el más perfecto ejemplo.»

Al año siguiente, los obispos fueron informados de que «nuestro Santo Padre Pío IX confirmó de muy buen grado los deseos del Concilio que ha elegido a la Santísima Virgen, concebida sin pecado, como patrona de la Iglesia en los Estados Unidos de América» (Carta de la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe). Este patronazgo se convirtió en la culminación del lugar que María ya tenía en la vida de América y en el inicio de un nuevo capítulo en su íntima relación con la nueva República como su especial Patrona.

La Inmaculada Concepción
La petición de los obispos de los Estados Unidos se anticipó a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, que tendría lugar en 1854. Aunque la verdad proclamada en ese año había sido sostenida por la Iglesia durante mucho tiempo, no había sido proclamada infaliblemente. El Papa Pío IX (1846 -1878) hizo esa solemne proclamación, enseñando que: «La Santísima Virgen María fue, desde el primer momento de su concepción, por una singular gracia y privilegio de Dios omnipotente y en virtud de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de pecado original» (Ineffabilis Deus).

Es bueno que repasemos esta enseñanza en este momento porque a veces hay cierta confusión sobre a qué se refiere este misterio. No estamos hablando aquí de la Encarnación, que es el misterio en el que el Hijo eterno de Dios se hizo Carne en el seno de la Santísima Virgen María por obra del Espíritu Santo, ni tampoco estamos hablando del nacimiento virginal por el que la virginidad de María permaneció intacta, aunque había concebido al Verbo en su seno.

El misterio de la Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de María en el seno de su madre, que según la tradición era Santa Ana. Esta concepción, que tuvo lugar como resultado de las relaciones normales entre Santa Ana y su esposo, a quien conocemos como San Joaquín, no implicó la transmisión del pecado de Adán y Eva, el pecado original, al niño concebido por Joaquín y Ana. Es esta preservación del pecado original en el alma de María en su concepción lo que llamamos la Inmaculada Concepción. La Iglesia nos dice que esto no se realizó al margen de Cristo, ni en base a los méritos de la propia María, sino en virtud de los méritos previstos que Jesucristo ganaría con su Muerte y Resurrección. Dios vio desde la eternidad que sería muy conveniente que el vientre que contendría al Verbo hecho Carne no fuera tocado por la mancha del pecado en ningún momento.

La Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II enseña, a propósito de este misterio: «Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el esplendor de una santidad enteramente única, la virgen de Nazaret es aclamada por el ángel anunciador, por mandato espantoso como ‘llena de gracia’ (Lucas 1,28), y al mensajero celestial responde: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’ (Lucas 1, 38)» (Lumen Gentium, 56).

Acto de Encomienda del Papa Juan Pablo II
Durante su primera Visita Pastoral a los Estados Unidos en 1979, que incluyó una visita a Filadelfia, el Papa Juan Pablo II hizo un Acto de Encomienda a la Santísima Virgen, que recitó el 7 de octubre en la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C. Podemos hacer nuestras sus palabras finales en aquella ocasión al celebrar una vez más la gran solemnidad de la Patrona de nuestro país: «Los obispos de la Iglesia en los Estados Unidos te han elegido en el misterio de tu Inmaculada Concepción como Patrona del Pueblo de Dios en este país. Que la esperanza encerrada en este misterio prevalezca sobre el pecado y sea compartida entre todos los hijos e hijas de América y de toda la familia humana. En una época en la que la lucha entre el bien y el mal, entre el príncipe de las tinieblas y el Padre de la luz y del amor evangélico es cada vez mayor, que la luz de tu Inmaculada Concepción muestre a todos el camino de la gracia y de la salvación. Amén.»

4 de diciembre de 2008

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