Cómo los abrazos salvan a los pequeños bebés

Los bebés son criaturas menos obvias de lo que parecen. Sí, su lista de demandas es corta y directa: necesitan comida, sueño y cambios frecuentes de pañales. Y hacen saber sus deseos de una manera igualmente directa: con un gemido desgarrador que es tan difícil de soportar como imposible de ignorar.

Pero también existe la necesidad de ser abrazado. Comer y dormir son actividades innegociables si quieres seguir vivo, y un pañal mojado puede ser imposiblemente incómodo. Sin embargo, a menos que el bebé tenga frío, los mimos deberían ser opcionales, algo que ocurre cuando el cuidador tiene tiempo, quizás, y cuando el bebé está aburrido o inquieto. Pero las cosas no funcionan así. Los bebés quieren, incluso anhelan, la experiencia de ser abrazados, y los adultos suelen estar encantados de complacerlos. Ahora, un estudio sobre bebés prematuros, publicado en la revista Biological Psychiatry, arroja una nueva luz sobre la razón por la que nuestra especie está tan fuertemente conectada a los mimos, y proporciona una nueva visión sobre las mejores maneras de cuidar a los propios bebés prematuros.

No es ningún secreto que lo que los médicos y los padres están llamando cada vez más el cuidado canguro (KC) – o el simple hecho de sostener a los bebés tanto como sea posible en lugar de dejarlos en sus cunas o corralitos – puede tener beneficios reales para el desarrollo. Los bebés que reciben mimos constantes tienden a dormir mejor, a gestionar el estrés con más facilidad y a mostrar mejores funciones autonómicas, como el ritmo cardíaco. Pero como no es posible realizar un experimento a largo plazo en el que se pida a un grupo de padres que cojan a sus hijos en brazos y a otro que los dejen tranquilos, nunca ha habido forma de medir estos beneficios con precisión. Sin embargo, hace casi 18 años, Ruth Feldman, profesora de psicología y neurociencia de la Universidad de Bar-Ilan, en Tel Aviv, pensó que podría tener una solución.

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Aunque el cuidado canguro es un tratamiento estándar en las unidades de cuidados intensivos neonatales (UCIN) hoy en día -al menos para los bebés que pueden pasar tiempo fuera de las incubadoras-, en la década de 1990 no lo era. La mayoría de los hospitales consideraban que el riesgo de exponer a los gérmenes a los bebés prematuros y otros recién nacidos frágiles superaba los beneficios no documentados de tenerlos en brazos. En 1996, Feldman reunió dos grupos de muestra de 73 bebés cada uno en dos hospitales israelíes diferentes. Un grupo recibió el tratamiento estándar, es decir, sin KC; en el otro, las madres sostenían a sus bebés prematuros una hora al día durante 14 días. Los bebés tenían una edad gestacional media de 30 semanas -lo que significa que eran diez semanas prematuros- y un peso medio de 2,8 libras (1.270 gm.). (1.270 gm).

«Hoy en día», dice Feldman, «negar el KC a un grupo de prematuros sería una cuestión ética. Sin embargo, por aquel entonces, los beneficios no estaban demostrados, así que nos limitamos a preguntar a un hospital si podíamos introducirlo allí».

Feldman y su equipo realizaron el estudio dos veces -una en 1996 y otra en 1998- cambiando el hospital que proporcionaba y el que no proporcionaba el cuidado canguro, con el fin de neutralizarlo como variable. Luego hicieron un seguimiento de todos los bebés, examinándolos a los 3, 6, 12 y 24 meses de edad, y de nuevo a los 5 y 10 años. En general, descubrió que los niños del grupo KC superaban al otro grupo en una serie de aspectos. Cuando eran bebés, tenían patrones de sueño más organizados -o predecibles-, una respiración y un ritmo cardíaco más estables y una mejor atención afectiva -la capacidad de dirigir la mirada y las acciones hacia un objetivo-. Todos estos beneficios seguían siendo evidentes una década después. Los niños de 10 años que habían recibido KC también mostraban una mejor gestión del estrés, según los niveles de cortisol -una hormona relacionada con el estrés- en su saliva cuando se enfrentaban a una situación que les producía ansiedad, como hacer una presentación en la escuela.

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«Todos los mamíferos tienen que estar abrazados y en estrecha proximidad con su madre en los primeros días y semanas de vida», dice Feldman. «De este modo, se crean los sistemas corporales que son sensibles a una presencia física». En los prematuros humanos, dice Feldman, la necesidad es especialmente aguda. «Pensamos en la prematuridad como un sustituto de la negación materna, ya que los bebés están fuera del útero y alejados de sus madres durante meses».

Quizás lo más destacable de los hallazgos de Feldman es lo poco que KC -14 horas en total durante 14 días- necesitó para producir efectos tan profundos. Ella y sus colegas sugieren una serie de mecanismos que pueden explicar esos resultados.

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La oxitocina -la hormona del bienestar y del vínculo afectivo- aumenta tanto en las madres como en los bebés durante las sesiones de mimos, y es probable que también aumente de forma similar en la leche materna, dando a los bebés un impulso adicional cada vez que son amamantados. Además, la mayoría de los sistemas que mejoran con el KC son los que alternan entre lo que se conoce como excitación e inhibición: el sueño frente a la vigilia, la aceleración frente al ritmo cardíaco constante, el estrés frente a la calma. Todos esos sistemas son también los que se pueden regular mediante el contacto físico. Una vez que los bebés sienten cómo es ese proceso de regulación, aprenden a hacerlo por sí mismos. «Durante los periodos delicados de maduración de ciertas habilidades», escriben los investigadores, «incluso pequeñas aportaciones tienen efectos importantes».

Feldman sigue en contacto con la mayor parte de su grupo de muestra y quiere seguirlos al menos hasta que cumplan los 17 años, cuando espera realizar escáneres de sus cerebros y ver si puede detectar también allí efectos duraderos de los mimos de hace tiempo. En la mayoría de las UCIN del mundo desarrollado, ni estos resultados ni los del presente artículo cambiarán mucho la práctica habitual, puesto que el cuidado canguro ya se recomienda. Sin embargo, para aquellos lugares que aún no lo practican, el nuevo trabajo es un poderoso argumento para empezar. Y para los padres de bebés sanos y nacidos a término, esa sabiduría también es válida. Con sólo estirar la mano para que los cojan, los bebés siempre nos han hecho saber qué es lo que más necesitan. Ahora sabemos por qué.

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