Historia de la farmacia

Los inicios de la farmacia son antiguos. Cuando la primera persona extrajo el jugo de una hoja suculenta para aplicarlo a una herida, ya se practicaba este arte. En la leyenda griega, Asclepio, el dios del arte de curar, delegó en Hygieia el deber de componer sus remedios. Ella era su boticaria o farmacéutica. Los médicos-sacerdotes de Egipto se dividían en dos clases: los que visitaban a los enfermos y los que permanecían en el templo y preparaban los remedios para los pacientes.

En la antigua Grecia y Roma y durante la Edad Media en Europa, el arte de curar reconocía una separación entre las funciones del médico y las del herbolario, que suministraba al médico las materias primas con las que fabricar los medicamentos. Sin embargo, la influencia árabe en Europa durante el siglo VIII a.C. hizo que el farmacéutico y el médico ejercieran funciones separadas. La tendencia a la especialización se vio reforzada posteriormente por una ley promulgada por el consejo de la ciudad de Brujas en 1683, que prohibía a los médicos preparar medicamentos para sus pacientes. En Estados Unidos, Benjamín Franklin dio un paso fundamental para mantener las dos profesiones separadas cuando nombró a un boticario para el Hospital de Pensilvania.

El desarrollo de la industria farmacéutica desde la Segunda Guerra Mundial condujo al descubrimiento y uso de nuevas y eficaces sustancias farmacológicas. También cambió el papel del farmacéutico. El ámbito de la composición extemporánea de medicamentos disminuyó mucho y con ello la necesidad de las habilidades de manipulación que antes aplicaba el farmacéutico a la preparación de bougies, cachets, píldoras, emplastos y pociones. Sin embargo, el farmacéutico sigue cumpliendo con las intenciones del prescriptor proporcionando consejo e información; formulando, almacenando y proporcionando formas de dosificación correctas; y asegurando la eficacia y calidad del medicamento dispensado o suministrado.